8 de febrero de 2012

Necesito



De a poco fui comprendiendo tu pequeña vida melancólica. Tu mayor distracción era la suavidad de las puestas de sol. De ello me enteré en la mañana del cuarto día cuando me dijiste:

-Me gustan las puestas de sol. ¿Vamos a ver una?
-Bueno, pero debemos esperar...
-¿Esperar qué?
-Tenemos que esperar a que el sol se ponga.
Pareciste sorprendido. Luego riéndote de ti mismo me dijiste:
-¡Creo siempre estar en casa!
Se sabe que cuando es mediodía en los Estados Unidos, el sol se pone en Francia. Sólo bastaría llegar a Francia en un minuto para ver la puesta del sol. Pero desafortunadamente, esto no es posible; Francia está suficientemente lejos. Claro que, a diferencia de esto, en tu pequeño planeta bastaba sólo con mover tu silla algunos pasos, contemplando así el crepúsculo cuantas veces quisieras.


-Un día, asistí a cuarenta y tres puestas de sol.
Poco después agregaste:
-¿Sabes?... Cuando se está verdaderamente triste, son agradables las puestas de sol...
-¿Aquel día entonces, el de las cuarenta y tres veces, estabas verdaderamente triste?
El principito no respondió.

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