28 de julio de 2009

1944


1944
En mi casa no se hablaba de lo que pasaba, pero había algo que ya desde los primeros momentos me inquietaba. Siempre que salía a jugar a la calle mi mama me llamaba por mi nombre completo, Helmuth, para que entre de nuevo, a veces incluso con cara de asustada o enojada. Si bien ahora entiendo que en realidad se le transfiguraba la cara de pánico, en ese momento cuando le preguntaba porque se enojaba cuando salía a jugar nunca me contestaba, solo me miraba fijamente durante unos segundos y después seguía haciendo cosas de la casa. Entonces me quedaba mirando por la ventana de mi habitación.
Mi casa estaba junto a la casa de Aubrey, por lo que muchas veces no me quedaba otra opción que salir por la ventana e ir a jugar con ella. Aubrey iba conmigo al colegio, era una niña bastante callada a decir verdad, por lo que nunca le había prestado mucha atención. Se sentaba en el fondo del salón, a la izquierda, y por la letra inicial de mi apellido, Lovitz, me sentaba lejos de ella, Aubrey Bikel. Ella y yo teníamos siete años, yo era revoltoso, impertinente, ruidoso, atrevido, hablador y a veces un poco agresivo. Aubrey siempre llevaba puesto algún vestido fino y de calidad, y por esa razón su mama no le dejaba jugar en el colegio. Nunca antes había pensado en jugar con ella cuando estaba en casa, es más, nunca pensé que esa muchacha podía salir a jugar en absoluto, pero la primera vez que golpee su ventana su sonrisa me sorprendió gratamente. Le pregunto a su mama, y al recibir una respuesta afirmativa salió corriendo a mi encuentro. Jugábamos con la pelota, las cartas, canicas, a las escondidas, a la guerra, a todo juego que se nos ocurría. Hasta deje de preocuparme si podía salir o no a la calle, jugar con ella se convirtió en mi único pasatiempo después de hacer la tarea.
Las vacaciones de verano pasaron volando. Medía los días en relación al tiempo que pasaba con Aubrey. Los días que no la veía eran eternos, y el otro día se pasaba demasiado rápido como para recuperar el tiempo perdido del día anterior. A veces no jugábamos. En vez de eso, hablábamos sobre todo de nuestras familias, y me agrado saber que ella también percibía un movimiento extraño en su casa, como si algo no estuviera bien, desde hacía ya un tiempo. Ella estaba un poco asustada, porque sus padres discutían mucho sobre un viaje, del cual ella no sabía nada, pero nunca llegaban a ningún acuerdo y al día siguiente era como si nada hubiera sucedido. Yo le contaba que en mi casa mi mama se quedaba casi todo el día dentro, y mi papa siempre llegaba temprano. Cenábamos a las cinco, aunque eso era algo que ella sabía, y luego casi nunca salía nadie más de la casa, excepto yo que iba a jugar con Aubrey hasta las siete, cuando oscurecía y tenía que entrar indefectiblemente. Un sábado le di su primer beso (y el mío, ciertamente). Se ruborizo mucho y salió corriendo para su casa. Pensé que se había asustado, pero no sabía qué hacer, por lo que me quede debajo del manzano, a la sombra. Ella volvió, con los labios más rojos que antes y me dio un beso en la mejilla. Había sido el mejor de todos los días del verano. De todos los veranos.
Faltaba una semana para que comience un nuevo año en el colegio, cuando mama me sorprendió a mí con un viaje. Un viaje largo. A mí, que nunca había escuchado ninguna discusión sobre eso, ningún indicio, ninguna pista. Nada. Repentinamente, mis cosas estaban en una maleta, mis muebles en un camión de mudanzas, mis padres frenéticos dando vueltas por la casa vacía, tratando de no olvidarse de absolutamente nada. Recuerdo que salí corriendo en dirección a la ventana de Aubrey. Pero no estaba. Sus padres también habían decidido irse de viaje, y se habían asegurado de no olvidarse nada ellos tampoco. Ni una nota, ni una dirección, ni un número de teléfono, ni una foto, ni un pedacito de alguno de sus listones, ni siquiera un cabello. Nada, se habían llevado todo. Me sentía horriblemente triste, y como nosotros también nos íbamos tenia la excusa perfecta para estar así sin que mis padres preguntasen. Llore un rato en la escalinata de casa. Luego me seque las lagrimas y pregunte a mi papa si sabía a donde habían ido los Bikel, a lo mejor podíamos ir nosotros lo suficientemente cerca como para ir de visita. Papa respondió que nosotros íbamos a los Estados Unidos. Y me dijo que Auschwitz estaba muy lejos como para ir de visita. Qué lástima, pensé. Nunca había escuchado de ese lugar.

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