A imagen y semejanza

Victimas los tres, de una habitacion insondable, entraban perfecto o les sobraba el universo, pues no se veian los limites de tal blanquecina inmensidad. A lo mejor solo los rodeaba, o a lo mejor ya no quedaba nada, excepto un espejo que flotaba ante ellos, mostrando sus cuerpos malditos por la convergencia. Desde la izquierda, un niño se perfilaba sobre ellos, bajitos y pecosos y tiernos. Montaban triciclos de color amarillo y nunca miraban hacia adelante, siempre a los costados, la vision reducida de quien presta sus ojos a tres personas mas. A su derecha, imagen de adolescente rebelde que perdio su razon y gano su diversion en las calles y el alcohol. El pelo plastificado y mirada dura, casi sin corazon. Mas alto que su preescolar otro yo, se los notaba todavia faltos de desarrollo, de altura, de madurez. En su parte de adelante el adulto que alcanza la plenitud de sus dias se refleja en el espejo, inmovil y inexpresivo. Reacio, serio, sin vestigios de su yo anterior ensalsado en la insurreccion, el adulto seguia las normas de la moral y la etica sin salir de su postura sobria, de su reflejada inmovilidad. Desde la nunca a los talones se veia el adulto senil, pelo gris canoso, alto, inmenso, casi elfico, prepotente y sabio. Parsimonioso y poco impresionable, cuenta con la experiencia de toda su vida, y la vision periferica de sus otros tres.

Ninguno se mueve. No pueden, traicionarian al resto y se desarmarian. Viviran eternas estatuas mirando el espejo sin contemplarse, recubiertos por la blancura, inmensa o diminuta que admira resplandeciente el modelo que hizo el alfarero, antes de crear a la humanidad.